Me llevó a esta novela -además de la estima personal por el autor, ya adquirida por otras lecturas- la inevitable nostalgia de unos nítidos recuerdos como flases y destellos de lo vivido de muy niño, en mi primera infancia; el prurito de descubrir las claves de lo que no podía entender, de la penuria de esos días.
El argumento es muy sencillo. Realmente prima más el reflejo del ambiente general que el hilo argumental. Escenas de la policía franquista, secuencias de clandestinidad comunista, episodios del maquis un poco chapuceros. También amores y humanidad. Tiempos difíciles entregados en una serie de cuadros entretejidos. Una historia en fragmentos, en principio desconectados, pero que se van entrelazando, dotando de sólida consistencia al relato.
Sobresale la obsesión franquista por la depuración y la consiguiente crueldad de la represión. También la ilusión irreal de continuar una guerra no terminada y la consiguiente brutalidad de sus batallas. De fondo un ligero encuadre en la situación de la II guerra mundial, que va creando vanas esperanzas e incertidumbres.
El cuadro de personajes cubre un amplio espectro. Eloy, un comunista que se transforma en maquis. Alicia, una taquillera de cine despedida y empujada a vida más degradada. Basilio, un brillante profesor represaliado. Matías, un falangista con productivo cargo y turbios negocios. Valentín, un antiguo comunista devenido en ferviente policía del régimen. Y otros, gente del común, gente normal.
Policías miserables, insensibles, doblegados por el temor a mostrarse tibios y atrevidos en su impunidad totalmente asegurada. Comunistas endurecidos, inflexibles, fanatizados por los dogmas y las órdenes del partido. Un mundo donde priman por doquier la sospecha, el recelo y el miedo. Unos duros y fríos, saboreando el poder de vencedores: arbitrariedad vengativa en busca de influencia y del medrar. Otros huidizos y doblegados, esperando las tornas, también envilecidos, pero envueltos en un romanticismo visionario y casi religioso: mantenidos por la Ilusión de la inminente caída de Franco; para ellos, la guerra no ha terminado.
Todos, buenos y malos a la vez, mostrando sus miserias, las de unos y las de otros; todos machacados por las penurias de una triste época de posguerra.
Martínez de Pisón logra una muy buena pintura del momento: la penuria, el estraperlo, las cartillas de racionamiento, también para el tabaco, el gasógeno, las pensiones, … el hambre y escasez. Ofrece un empático acercamiento al Madrid de entonces, con sus rincones de siempre. En una envolvente ambientación del Madrid devastado y corroído por la miseria moral y económica reinante. Miedo en todos.
Se desgranan pequeñas historias que van retratando vidas azarosas. Algunas que pasan y se diluyen y se pierden, pero que vivencialmente permanecen en la misma encrucijada de unos tiempos que buscan sortear la reciente devastación. Concluye la novela en correcto desenlace, pero, en realidad, podría haber seguido. Y así, quizás, pueda dejar un regusto de insatisfacción al no llevar hasta el final algunas de las trayectorias abiertas, pero que se desvanecen inconclusas.
En toda la narración se percibe un mayor acento en la persecución y la represión política del régimen como lo más característico del momento. También destacan los mecanismos de tanto aprovechado del régimen. En paralelo, rezuma una mayor simpatía por los comunistas acosados que por los falangistas prepotentes y dominadores. Tiene sus toques de heroísmo, aunque mitigados un tanto por la ignorancia y el instinto de supervivencia. A unos, parece que no les salva nada, a otros su ingenuo idealismo. Todos quedan mal, aunque no de la misma forma. Pero mejor decir que es esa España la que queda mal, la negra España que hoy creemos ya superada.
De «Castillos de fuego» se ha dicho:
«Pisón logra su propósito y entrega una de sus mejores novelas.» Domingo Ródenas de Moya, Babelia, El País.