La historia se desarrolla primero en Madrid y luego en una capital de provincia. Un joven con un despiste vital mayúsculo consigue de chiripa un trabajo de meritorio en una cutre productora cinematográfica. Como chico para todo, se va enterando de las entretelas de este peculiar mundillo, a la vez que va descubriendo lo mucho que le agrada. Todo sazonado por la presencia de Sixto como el alma nefasta de la aventura.
Cuando se acaba la película, las circunstancias le llevan a trabajar en Ávila como acompañante de Pacomio, un anciano solitario y amargado, tío abuelo suyo, y también como chico para todo. Una pirueta casual le proporciona la compañía de Bertrand, que le lleva a poder continuar allí con su afición al mundillo cinematográfico a base de rodar “filmoides”.
Esta rocambolesca etapa termina de modo dramático, que le conduce, también de rebote, a una nueva dedicación del todo distinta, anónima y escondida, a la que ha venido siendo la afición de su vida: el cine, pero de otra manera. Ahí encuentra su sitio, del que no desea salir.
Los personajes se describen con gran acierto. Constituyen una pequeña colección de retratos detallados y precisos; largos, pero que no cansan. Sixto, un creído con poder que todo lo destroza. Ejemplo de cómo no hay que funcionar. Pacomio, un tipo borde al que todo le parece mal, el espíritu de la contradicción. Bertrand, el excéntrico amigo que le conduce por los vericuetos del oficio de hacer un cine mendicante.
Y el protagonista, del que ni siquiera sabemos el nombre, que se dibuja por lo que hace y padece. Un personaje que se hace querer en su manera de afrontar la vida: la de nato perdedor. En un momento de su peripecia, nos desvela su peculiar entretenimiento: juega al “atornil”, que consiste en hacer de abogado defensor de sus dos antagonistas: enternecedor.
Sin embargo, quizás, el verdadero protagonista de la novela llegue a ser Corolenda, la horrenda película que se filma con la continua y perniciosa intromisión de Sixto. Se erige como fondo, como el hilo que cose y que permanece a lo largo de toda la trama. Entrega el reflejo y la clave de lo que le ocurre al protagonista, al que nunca abandona en el recuerdo de lo que fue. Todo un acierto.
Conclusión
Con «Tostonazo» estamos ante un escritor ingenioso a tope. Estira el nudo hasta rozar la caricatura; recurso que le sirve para empaquetar una seria crítica de la vida. Lo hace destilando un humor triste y empático.
Critica a tope a un “tostonazo” de tíos que lo joroban todo, que te amargan la vida, y que no dejan de dar la brasa. Sin embargo, se comprueba que, al final, todos serán absueltos con fina empatía.
Disfrutamos de una descripción de personajes fuera de serie, de una escritura brillante y de una gran creatividad verbal. Santiago Lorenzo se toma la libertad de jugar con el lenguaje hasta el punto de retorcer virtuosamente el vocabulario.
Se lee con gusto y con una sonrisa. Siempre en su línea. Buen tostonazo…